De: Muchacha con mirlo en las manos (2023)

Escribo

desde el lugar abierto a la intemperie.

 

Son visibles los estragos

de la fuerza del mar sobre las rocas de la costa.

 

Sobre estas rocas tomo conciencia:

rozo con mis yemas allí donde alguna vez

fui besada.

 

 

 

Sophia de Mello

 

Nunca te conocí, pero converso

bien contigo. Me acercan

a ti los nombres y la gracia

de las muchachas griegas.

 

Estípite del poema,

son regios tus principios

pues tienes el corazón,

bello y olvidado,

de una brevísima koré antigua.

 

Afán de niña eterna,

concédeme acompañarte en tu viaje hacia las Cícladas.

 

Y ya que no tememos cóleras de ningún semidios,

sonriamos juntas

 

desde fuera del tiempo.

 

 

 

Miguel Hernández en el cementerio inglés de Sant James

(Montjoie-Saint-Martin, Bretagne)

 

Esto que ves aquí es una flor,

dice, sujetando

la muerte entre sus dedos.

 

Observa el lugar que mereces,

esta espalda quebrada en el tiempo:

a ti, y no a otra, han sido concedidos

los ojos del espectador.

 

A lo lejos intuyes el mar,

afilas la expresión.

Pide el castigo

si alguna vez te olvidaste de la luz.

Sobre la piedra blanca

queda escrito,

los cuerpos descansan

solo en un lugar conocido por Dios.

La panorámica entera no se atreve a intervenir.

La juventud es el puñado de cruces blancas:

¿cómo puedo, ahora, hablar de la belleza?

 

Arriba, arriba, el trozo de alimento

se balancea en el pico del ave.

 

Concédeme su gracia.

Abajo, una brizna de hierba

se encoge bajo el peso de mi nombre.

¿Te quedarás conmigo, os quedaréis?

Dónde estás. Quiero llorar junto a ti y

no me hallo,

y me encuentra a mí la interrogación:

somos lo que el tiempo le resta el tiempo.

¿Estoy hecha yo también de ti?

 

El vuelo del olvido no va a merecerte.

Todo es cuestión de fe.

Y empiezas:

Bendice la palabra que usas

que sea con dulce nombre todo tu adiós.

Haz de ella una pluma.

Luego, haz brotar la imagen de la raíz.

Vuelve de nuevo sobre el pájaro.

Cuenta de nuevo los nervios de la flor.

 

La imagen ahora está echando a volar.

 

Al menos, la fortuna

nos creó

 

en todo este amor.

 

 

 

Muchacha con mirlo en las manos

 

Porque puedo
pájaro poesía estrecharte entre mí
sin temor
conjuro tus misterios
alabo la dicha de tu nombre
construido en el tiempo. Y me pregunto:
¿quién te habrá hecho tan similar?
Mientras me voy deshojando
de destinos, paisajes,
como un libro te sostengo entre las manos
y digo: hágase una vez
estas palabras, pero mejor,
hazlas en mí libres,
este verbo que sea mi carne
—y me levanto dichosa—.


Sin temor
escojo hoy
todo lo que te inaugura.
Todo este amor está hecho de ti.
No he sido avara
si ante ti me he conjurado.


Reniego de todo
lo que me concediste por principio.
Reniego de lo casual:
cada fragmento de mi memoria
una vez sé que alimentó tu cuerpo.

Me encojo frente a ti.
Te encoges frente a mí.


Tiemblas.
Te estás acercando a mis ojos.